“De una sociedad de excesos de reglas, a una comunidad en donde la única regla es que no hay reglas impuestas”
Por: Boris O. Núñez V.
Desde los primeros años de vida, y por ende de aprendizaje en el mundo real, nuestros primeros maestros son y fueron nuestros padres. Nos enseñan de primero, los códigos de conducta a los cuales debemos someternos, la jerarquía natural que impone la edad, el conocimiento y la experiencia; la norma moral y ética que existe en el seno de la familia y que luego nuestro comportamiento se va observando en la interacción que mantenemos dentro de la sociedad.
Cuando empezamos a aprender a vivir en el mundo social nos vamos percatando que cada espacio, ambiente u organización en la que nos ubicamos va creando sus reglas de comportamiento. La escuela, el trabajo, las organizaciones, gremios, instituciones públicas, religiosas, comunitarias, sociales, entre muchas más. De hecho, es natural aceptar la sumisión al cumplimiento de reglas ya pautadas como condición para formar parte de un grupo social y en la búsqueda de satisfacer esa necesidad humana del sentido de pertenencia que poseemos todos.
Sin embargo, al ejercer varios roles en la sociedad nos sometemos a normas de conducta que pudiesen colisionarse entre sí, y es como tratar de calzar a la misma medida, diferentes zapatos. Tratamos de ponernos en las zapatillas del estudiante sin desprendernos del sombrero de autoridad de profesor; de calzar las botas del albañil, sin quitarnos el casco del arquitecto, entre otros ejemplos que nos plantean situaciones en las que preexiste colisiones de intereses (electorado vs político; vendedor vs consumidor; ambientalistas vs desarrolladores urbanísticos).
¿Acaso será posible una sociedad en la que, a pesar de confluir diferentes roles, intereses y normas, el cuerpo social pueda cohesionarse sin fricciones ni colisión?
Existe dentro de un fractal social, un movimiento que se mantiene internacionalmente desde 1938, y en Panamá (1983) por casi treinta y nueve años, en que un grupo de personas se reúnen bajo un interés en común: “promover la aptitud física entre sus miembros”; “persuadir a los miembros más mayores de que no son ancianos como se sienten” y “adquirir una buena sed para saciarla”. A la misma vez se complementan estos intereses en una sola regla: “no existen reglas impuestas”.
Este grupo de personas se reúnen consistentemente un día a la semana, disciplinadamente, para cumplir con el objetivo. Divertirse. Nadie es obligado a asistir, y el que va es porque quiere, le nace. Como también es tácito que, para preservar la armonía, todos sus integrantes reconocen el “respeto a que el compañero piensa diferente a mí”. Y siempre el más nuevo en llegar al clan, comprende y acepta que hay jerarquías que se respetan. La jerarquía por antigüedad.
Sí de este ejemplo que sucede en una pequeña comunidad de sedientos adictos a correr, cuyo modelo de convivencia Humana se ha expandido en casi más de dos mil capítulos en todos los países del mundo, y con esta simplicidad de reglas en el queHacer cotidiano para lograr el objetivo, quizás solo quizás con esta enseñanza, podríamos aprender que acometer un trabajo, un objetivo o una disciplina es mucHo más sencillo del que se nos imponen con tantas reglas, roles y exigencias, y así cohesionar la sociedad mejor.
“Vive honestamente, sin hacerle daño a nadie y dándole a cada uno lo suyo”.
(Este artículo es responsabilidad de su autor).