Panamá, el pequeño país de la gran diversidad
Más allá del canal y la ciudad de Panamá existe un paraíso de aguas turquesas, una biodiversidad extraordinaria y una cultura que integra pueblos indígenas y herencias africanas y españolas.
Bocas del Toro y sus exuberantes playas de aguas turquesas, Boquete y sus montañas donde se cultiva el café más valioso del mundo, los increíbles fondos marinos de isla Coiba, la única montaña desde la que, en días claros, se ven los océanos Atlántico y Pacífico (que además es un volcán), el pueblo de Portobelo, el Camino de Cruces o las selvas tropicales que salpican el país. Definitivamente, Panamá es mucho más que su capital, sus rascacielos y su famoso canal.
Y es que si de algo puede presumir el país, además de contar con una inmensa obra de ingeniería que permite conectar dos océanos ahorrando miles de millas náuticas de navegación a los barcos, es de una asombrosa biodiversidad. Por ejemplo, tiene más especies de aves que Europa y América del Norte juntas y más variedades de plantas que Estados Unidos y Canadá.
Un destino sostenible (y negativo en carbono)
Sus selvas tropicales cubren el 63% del país (están entre las más estudiadas del mundo debido a su increíble cantidad de especies) y hasta un tercio de sus 75.500 km2 de superficie está protegida.
A esto se suma que es uno de los tres únicos países en el mundo que es carbono negativo al eliminar más CO2 del que emite (los otros son Bután y Surinám y los tres acaban de renovar su compromiso en el marco de la reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, COP26, celebrada en Glasgow).
Son las armas, explica a Tendenciashoy el ministro de turismo panameño, Iván Eskildsen, con las que Panamá se está posicionando “como un destino turístico sostenible basado en la extraordinaria riqueza y diversidad de su patrimonio cultural y natural”.
Panamá es uno de los tres únicos países en el mundo que es carbono negativo al eliminar más CO2 del que emite”
Tres sitios naturales del Patrimonio Mundial de la Unesco, la única capital urbana con una selva tropical dentro de los límites de la ciudad, 13 parques nacionales y marinos (un 30% de su superficie marítima y terrestre está protegida) y más de 1.400 islas tropicales no hacen sino reafirmar este potencial, además de convertir Panamá en uno de los mejores destinos del mundo para observar aves, para hacer snorkel, practicar rafting o simplemente caminar por alguno de sus itinerarios históricos.
La etnodiversidad como atractivo turístico
La “etnodiversidad” es la otra gran baza del país, añade Eskildsen. Se refiere a los siete pueblos indígenas de Panamá: Guna, Teribe, Buglé, Ngöbe, Naso, Emberá y Wounaan, que viven en el 24% de la superficie del país. “Se ha demostrado su papel fundamental no solo en la conservación de sus culturas originales, sino también de los bosques y selvas”.
En el Plan Maestro de Turismo Sostenible 2020-2025 estos pueblos “son una de las piezas clave”, explica el ministro, que lo relaciona con el “auge del turismo transformativo que atrae a cada vez viajeros conscientes (un segmento está cuantificado en más de 500 millones de personas en el mundo) que busca tener contacto directo con las comunidades locales y tener vivencias auténticas y trascendentes”.
Este tipo de turismo promueve, además, una interacción entre iguales, donde se produzca un intercambio de culturas, historias, tradiciones y experiencias y cuyas directrices y políticas han sido diseñadas en colaboración a las comunidades involucradas.
Gracias al pequeño tamaño y a las buenas infraestructuras del país, algunas de estas comunidades se localizan a 45 minutos de la ciudad de Panamá, como es el caso de los Emberá, que residen en la zona de la cuenca del canal de Panamá y su selva tropical. O los Kuna, que han saltado a la fama por su aparición en la popular serie La casa de papel, y que se encuentran a poco más de dos horas de la capital.
Con las fronteras abiertas a turistas vacunados (solo los no vacunados procedentes de países considerados de alto riesgo deben hacer cuarentena para viajar al país) y cifras superiores al 80% de la población objetiva vacunada, el inicio de la temporada seca es un gran momento para descubrir Panamá más allá de los rascacielos y las esclusas. Estos son los destinos imprescindibles.
Bocas del Toro
Lo llaman el ‘Galápagos del Caribe’ por su biodiversidad y su riqueza marina (el prestigioso Smithsonian mantiene aquí un centro de investigación) aunque a los viajeros nos impresionan más las aguas de increíbles tonos turquesas que bañan sus playas. Al norte del país, casi haciendo frontera con Costa Rica, Bocas del Toro alberga además una selva tropical y es hogar de los Ngäbe y los Teribes.
Boquete es el hogar de los cafetales en los que se cultiva la variedad más valiosa del mundo, el café Geisha”
Perfecta para explorar la naturaleza, practicar buceo o surf e incluso participar de una inmersión científica, en la región vive el 95% de las especies de coral del Caribe, el hábitat perfecto para tiburones gato, rayas y muchas especies de cangrejos y langostas.
Después del mar, prepárate para disfrutar de la cultura afrocaribeña, la música calipso y una gastronomía deliciosa.
Boquete
A poca distancia, pero mirando al Pacífico, nos detenemos en Boquete, en la región de Chiriquí. Esta pequeña ciudad a la sombra del imponente volcán Barú es un destino de postal, con flores que explotan de colores y numerosos cafetales en los que se cultiva el café más valioso del mundo, de la variedad Geisha.
Sin embargo, el café no es lo único para probar en la localidad, que se cuenta entre los destinos gastronómicos por excelencia de Panamá, de la mano de chefs locales e internacionales galardonados alrededor del mundo.
Panamá la Vieja
Seguramente tengas en mente el skyline de la ciudad de Panamá y sus rascacielos, pero puede que no sepas que antes que esta existió otra Panamá, cuyos restos ahora se conocen como Panamá la Vieja.
Antes que la actual ciudad de Panamá existió otra, fundada en 1519 por los españoles y destruida por un ataque pirata de Henry Morgan, cuyos restos hoy se conocen como Panamá la Vieja”
Fundada en 1519 con el nombre de Nuestra Señora de la Asunción de Panamá, la ciudad, primer asentamiento europeo en la costa pacífica de América, fue trasladada 10 km al suroeste tras ser destruida por un ataque comandado por el pirata inglés Henry Morgan a comienzos de la década de 1670.
Hoy varias ruinas conforman este sitio, entre las que sobresalen la torre de la catedral y parte del convento de la Concepción, el aljibe o el cabildo.
Casco histórico de Panamá
La ciudad más cosmopolita de Centroamérica es también hogar de un casco antiguo de calles adoquinadas y casas de estilo colonial declarado Patrimonio Mundial por la Unesco.
Un buen lugar para apreciar el contraste con la cara más moderna de la ciudad es el Cerro Ancón, un mirador natural a 199 metros de altura.
Entre los mejores hoteles boutique y los restaurante más apetecibles encontramos también atractivos como la Catedral Metropolitana, la Plaza Mayor, la Iglesia de San José (no te pierdas su altar dorado), la plaza de Francia, el monumento de Las Bóvedas, en tiempos remotos utilizado como defensa contra los ataques piratas, el Paseo Esteban Huertas, los Museos de Canal y de la Mola, el Arco Chato o el Teatro Nacional de Panamá, con frescos pintados por Robert Lewis.
Camino de Cruces
Otro imprescindible en un viaje a Panamá es el Parque Nacional Soberanía, a solo 45 minutos de la capital y a orillas del Canal de Panamá. Con unas 22.000 hectáreas, es hogar de innumerables especies de animales, especialmente aves, como tucanes, trogones, momotos, papamoscas, pájaros carpinteros de vientre rojo, águilas crestadas, abanicos rojizos, cuco-terrestre de vientre rufo y águilas arpías.
Para una aventura de senderismo, dirígete al Camino de Cruces, un sendero construido en 1527 para unir Panamá la Vieja con Venta de Cruces, el puerto en la ribera del río Chagres desde el que se cargaban en barcos textiles, especias, oro y plata para ser enviados a España.
Portobelo
Cuando Colón llegó en 1502 a esta resplandeciente bahía en la costa del Caribe, al norte de Panamá, se dice que exclamó “Qué puerto bello”, de donde derivaría su actual nombre, Portobelo. No es difícil comprender por qué.
En 1597 el lugar ya era el principal cruce de mercancías entre Europa y América y el puerto más importante de América Central, donde se embarcaba el oro de Perú y donde se celebraban mercados que duraban 40 días seguidos. Todo ello atrajo la atención de piratas como Henry Morgan y Francis Drake, que atacaron la ciudad y tomaron el puerto varias veces a lo largo del siglo XVII.
Aún hoy pueden verse los restos de los esfuerzos de la ciudad para protegerse de los corsarios, como el Fuerte de Santiago, el de San Jerónimo o los de San Fernando y San Fernandino, en las colinas que rodean Portobelo. Tampoco hay que dejar de visitar el Nazareno o Cristo Negro en la iglesia de San Felipe.
Además, en este enclave declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco que se alza entre el azul del Caribe y el verde de la selva, pervive una importante herencia africana que se pone de manifiesto con celebraciones y bailes pero también con una sabrosa gastronomía que mezcla verduras locales, mariscos frescos, coco y curry, entre otras.
Fuente TendenciasHoy