
Así afecta el plástico a los animales
Las características que hacen del plástico un material útil para los humanos multiplican el peligro que supone para la fauna.
Cigüeña atrapada en una bolsa
El fotógrafo liberó a esta cigüeña de la bolsa de plástico en un vertedero de España. Una bolsa puede matar más de una vez: los cadáveres se pudren, pero el plástico perdura, y puede volver a asfixiar o a atrapar.

Tortuga atrapada en una red
En el Mediterráneo español, una vieja red de pesca de plástico se convierte en una trampa para una tortuga boba. Aunque lograba estirar el cuello para sacar la cabeza del agua y respirar, habría muerto si el fotógrafo no la hubiese liberado. La «pesca fantasma» (captura de animales en redes abandonadas) es una grave amenaza para las tortugas marinas.

Cangrejo ermitaño en el interior de un tapón de botella
En Okinawa, Japón, un cangrejo ermitaño recurre a un tapón de botella para proteger su blando abdomen. Los humanos se llevan las conchas que suelen usar los cangrejos y a cambio dejan su basura.

Hienas en un vertedero
Algunos animales ya viven en un mundo de plásticos, como estas hienas en un vertedero de Harar, Etiopía. Están atentas a los camiones de la basura, de la que obtienen la mayor parte de su alimento.
A bordo de un barco en aguas costarricenses, un biólogo intenta extraer con las pinzas de una navaja multiusos la pajita de plástico que una tortuga lleva atascada en una fosa nasal. La tortuga sangra y se retuerce de dolor. El vídeo de YouTube dura ocho agónicos minutos. Aunque pone los pelos de punta, se ha reproducido más de 20 millones de veces. Al final los biólogos logran retirar los diez centímetros de pajita de la nariz del animal.
Escenas tan duras como esta, imágenes de animales sufriendo a causa del plástico que los humanos consumimos, ya son un lugar común que todos hemos visto ya sea en la televisión o en las revistas: el albatros muerto con el estómago a reventar de basura; la tortuga atrapada en los aros que unían un pack de seis latas de refresco, con el caparazón deformado tras pasar años ceñido por el resistente plástico; la foca enganchada en una red de pesca abandonada.

Pero la mayor parte de las veces el daño que sufren es más insidioso. La pardela paticlara, un ave de gran porte y plumaje ceniciento que anida en islas de Australia y Nueva Zelanda, es el animal que ingiere mayor proporción de plásticos respecto a su masa corporal: los investigadores dicen que en una población grande, el 90% de los polluelos ya ha tragado alguno. Si una astilla de plástico le perfora el intestino, el ave puede morir con rapidez. Pero normalmente la ingestión de plástico se traduce en una desnutrición crónica e implacable.
«Lo más triste es que se comen el plástico pensando que es alimento –dice Matthew Savoca, biólogo marino de la NOAA–. Imagínate que comes a mediodía, pero te sientes débil, letárgico y hambriento todo el día. No entenderías nada«. Algunos peces –como las anchoas, ha descubierto Savoca– ingieren plásticos porque les huelen a comida en cuanto se cubren de algas. Las aves marinas vuelan cada vez más lejos en busca de comida de verdad, pero de vuelta traen residuos plásticos con los que alimentan a sus pollos.
Algunos peces ingieren plásticos porque les huelen a comida en cuanto se cubren de algas
Las características que hacen del plástico un material útil para los humanos –su durabilidad y ligereza– multiplican el peligro que supone para la fauna. El plástico dura mucho tiempo, y buena parte de él flota. «Los plásticos de usar y tirar son los peores«, dice Savoca, refiriéndose a las pajitas, las botellas de agua y las bolsas de plástico. Hasta el momento hay pruebas documentales de que animales de unas 700 especies marinas han ingerido plástico o se han visto atrapados en él.
Todavía no comprendemos del todo cuál será el impacto a largo plazo del plástico sobre la fauna (ni sobre nosotros). Es un invento relativamente reciente. Los primeros casos documentados de ingestión de plástico por parte de aves marinas fueron los 74 pollos de albatros de Laysan hallados en un atolón del Pacífico en 1966, cuando la producción era unas veinte veces inferior que ahora. Si lo pensamos bien, aquellas aves fueron los proverbiales canarios de la mina de carbón.
Por National Geographic