Sin renacer de las cenizas: el cambio climático está terminando con los bosques nativos del planeta
El calor y las sequías acaban con nuestros bosques. Sin embargo, podemos limitar el daño si cambiamos el rumbo de inmediato.
Lo primero que se observa en este bosque arrasado por los incendios es el color. No hace mucho tiempo, este terreno cuadrado al sur del Parque Nacional de Yellowstone era un monocromo de ceniza y pinos quemados. Pero el verano pasado, retoños de unos 40 centímetros de altura y brotes de álamos temblones pintaron el suelo color verde eléctrico.
Las adelfillas moradas y las bayas rojo sangre de las cerezas del bisonte retoñaban alrededor de los troncos ennegrecidos. Las árnicas amarillas danzaban en la brisa. Cinco años después del incendio forestal que en 2016 devoró 84 kilómetros cuadrados de Wyoming, esta porción de tierra quemada respondía al fuego como lo han hecho todos los bosques de las Montañas Rocosas durante milenios: entró en una temporada de renacimiento.
Mónica Turner catalogó esta recuperación. En un día sofocante de julio, Turner, profesora de ecología, arrastraba los pies a lo largo de una línea de cinta de 50 metros que había colocado en el suelo. Ella y un estudiante de posgrado contaban cada retoño de pino contorto que se encontrara a un metro o menos de la cinta. No sabíamos qué habitantes del bosque podrían merodear: wapitís, venados, alces o lobos.
Una mezcla de flores, pastos y tierra endurecida
Había tantos troncos miniatura a los pies de los investigadores, que cubrir la distancia que por lo regular caminarían en segundos les tomó casi una hora. Al final, contaron 2 mil 286 retoños de árboles en una zona del tamaño de media cancha de tenis. Este lugar producía 172 mil pinos por hectárea.
“ESTO ES LO QUE HACEN LOS PINOS CONTORTOS», CONTABA TURNER. «REGRESAN CON MUCHO ÉXITO”.
Sin embargo, el día anterior, en una zona aledaña de madera quemada, Turner documentó algo perturbador: en vez de un río de retoños de pino, el suelo era una mezcla de flores, pastos y tierra endurecida. En un tramo de 50 metros, Turner solo contó 16 retoññs de pino; en otro, nueve.
Las dos zonas de bosque eran casi idénticas. Antes del incendio de 2016 se habían quemado en la época de la guerra de Secesión. Sin embargo, había una diferencia entre las dos: el sitio con menos pinos se había quemado en otra ocasión, en 2000. Los árboles que brotaron después de ese incendio aún eran muy jóvenes como para producir semillas suficientes antes de ser arrasados de nuevo. En este terreno, el incendio de 2016, en lugar de resembrar el bosque de pinos, creaba un nuevo paisaje; uno que podría durar siglos, incluso milenios.
Yellowstone es parte de una tendencia global. Desde el Amazonas hasta el Ártico, los incendios forestales son cada vez más grandes, calientes y frecuentes debido al cambio climático. Los siniestros de 2019 y 2020 en Australia arrasaron una zona del tamaño de Florida.
Es una gran devastación. Pero en medio de la matanza inicial, no solemos prestar atención a lo que sucede luego de que los árboles mueren: a muchos bosques les es más difícil recuperarse. Esto tampoco está limitado a Yellowstone y no siempre se ocasiona por el fuego, pero sí por el cambio climático.
En muchos lugares, los bosques ya no se regeneran por sí mismos. Algunas de las arboladas más importantes del globo se transforman en algo nuevo y nunca volverán a ser iguales. Otras nunca volverán.
¿Cómo afecta la sequía a los bosques?
Son tiempos difíciles para los árboles. La Tierra ha perdido una tercera parte de sus bosques en los últimos 10 mil años, la mitad de ese tercio desde 1900. Los talamos para producir madera y limpiar el terreno para granjas y ganado. También para construir casas y caminos.
A nivel global, la deforestación ha disminuido desde su pico en los años ochenta del siglo XX, pero las tendencias varían por región. En Indonesia, que sustituyó sus bosques por plantaciones de palma aceitera, la pérdida de bosques primarios ha disminuido desde 2016. Entre agosto de 2020 y julio de 2021, el Amazonas brasileño perdió 13 mil kilómetros cuadrados de bosque lluvioso, un aumento de 22 % respecto al año anterior. Desde 1990 hemos talado más bosques alrededor del mundo que los que existen en Estados Unidos.
Hoy, las emisiones de combustibles fósiles que arrojan las plantas de carbón y los tubos de escape reacomodan los bosques de forma significativa. A medida que el dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero aumentan la temperatura del planeta, algunas de las cerca de 73 mil especies de árboles se mueven hacia los polos y las laderas más altas, arrastrando otras formas de vida con ellas.
El cambio climático también mata árboles
Los alisos verdes, sauces y abedules enanos se expanden a través del Ártico, desde Escandinavia hasta Canadá, y proporcionan comida y refugio a liebres americanas y alces. Los árboles crecen más rápido debido a la mayor absorción de CO2, un ingrediente esencial para la fotosíntesis. Hasta ahora, ese “reverdecimiento” del planeta ha ayudado a frenar el cambio climático y nos ha protegido de nosotros mismos.
Pero el cambio climático también mata árboles. Además, lo que tiene a los científicos forestales cada vez más inquietos es el rápido aumento de los eventos extremos: incendios, tormentas más fuertes, invasiones de plagas y, en especial, el calor extremo y las sequías, que pueden agravar los efectos de todo lo anterior.
Estos episodios aislados, que cada vez rompen más récords, pueden causar la muerte masiva de árboles con rapidez; con ello, los bosques que han existido desde la última era del hielo se podrían transformar en sitios por completo nuevos.
¿Cómo se relacionan la deforestación y las sequías?
“TENEMOS TODA UNA SERIE DE MECANISMOS QUE OCASIONAN QUE LOS BOSQUES DEL PLANETA CREZCAN MÁS Y ABSORBAN MÁS CO2″, REFLEXIONA EL BIÓLOGO WILLIAM ANDEREGG DE LA UNIVERSIDAD DE UTAH. «[PERO ESOS MECANISMOS] ACELERAN OTROS QUE LLEVAN A LOS BOSQUES DE LA TIERRA HACIA UN ABISMO, CON MÁS ÁRBOLES MUERTOS Y MÁS PÉRDIDA DE CARBONO”.
Los bosques que ya se fueron por ese abismo son solo una pequeña fracción de los tres billones de árboles y 4 mil millones de hectáreas de este bioma que tiene el planeta. El cambio climático aún es una amenaza menor en comparación con la tala indiscriminada, pero aumenta con rapidez.
“¿QUÉ TAN GRANDE CRECERÁ ESA FRACCIÓN CON EL TIEMPO Y CUÁNDO SUPERARÁ A LA OTRA?”, SE PREGUNTA MATT HANSEN DE LA UNIVERSIDAD DE MARYLAND, QUIEN MONITOREA LOS BOSQUES CON SATÉLITES.
El problema es que todavía no somos capaces de cuantificar el alcance planetario del impacto climático. Los datos de satélite muestran que la zona del globo cubierta por árboles de hecho incrementó 7 % entre 1982 y 2016, un área mayor al tamaño de México. Pero eso no significa que los bosques prosperen.
Los seres humanos estamos ligados a los bosques
Los datos no distinguen entre los bosques naturales y las granjas industriales como las millones de palmas aceiteras, eucaliptos y pinos que se cultivan mientras se deforesta el bosque lluvioso. La información tampoco revela cuáles de esos bosques se perdieron a filo de sierras eléctricas y cuáles por eventos relacionados con el clima.
Ningún modelo de computadora puede proyectar aún cómo el clima cambiará los bosques a nivel mundial o cómo sus depósitos de carbono responderán al clima. “Los modelos de sistemas de la Tierra históricamente no han hecho un buen trabajo en lograr retratar esto”, reconoce Charlie Koven, un científico climático del Laboratorio Nacional Lawrence Barkeley que trabajó para el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas. Solo dos de sus 11 modelos incluyen tanto incendios como cambios geográficos en las plantas.
El número global de árboles no es lo único que importa. El cambio climático remodela los bosques de manera local y los transforma casi de la noche a la mañana, incluso cuando hay leyes para protegerlos. Esto sucede tan rápido que no podemos discernir las consecuencias. Los árboles más grandes y viejos son los que almacenan más carbono, los más importantes para la biodiversidad y los más difíciles de recuperar.
“LOS ÁRBOLES GRANDES SON MUCHO MÁS IMPORTANTES Y NO PUEDEN SER REMPLAZADOS CON RAPIDEZ, SI ES QUE ESO SE LOGRA”, AFIRMA NATE STEPHENSON, CIENTÍFICO EMÉRITO DEL SERVICIO GEOLÓGICO DE ESTADOS UNIDOS.
Los seres humanos estamos ligados a los bosques. Descendimos de sus copas y los usamos para hacer fuego. Los árboles nos alimentan, nos dan refugio y medicina. Dependemos de ellos de maneras que pocas veces reconocemos, como fuente de asombro e inspiración o para relajarnos de un mundo bullicioso.
Bosques al interior de otros bosques
Una de mis escapadas favoritas es la selva Hoh, en la península Olímpica, a cuatro horas de mi hogar en el estado de Washington. Es un sitio donde abundan helechos tan grandes que podrían ocultar un wapití, mientras que las piceas ancestrales y los arces de Oregón cubiertos de musgo esmeralda bloquean el cielo.
Los seres humanos apenas comenzamos a apreciar qué sucede fuera del alcance de nuestros ojos. Los árboles en un bosque no son individuos aislados; comparten nutrientes y datos entre especies que se encuentran en redes micóticas subterráneas. Hablan entre ellos con mensajes químicos que advierten de plagas y otros peligros.
Los bosques viejos son colaborativos
Los bosques viejos son colaborativos, me contó Korena Mafune, una investigadora becaria de postdoctorado de la Universidad de Washington, en una caminata reciente por la selva Hoh. Ella sospecha que una versión diminuta de esta red micótica puede existir en las ramas altas: ha encontrado tierra debajo del musgo en el dosel, con árboles pequeños que brotaron de las ramas vivas de árboles ancianos gigantes, “un bosque diminuto dentro del bosque”, explica.
Lo que le preocupa es que, incluso este lugar ancestral mucho más rico que una plantación de árboles, pueda cambiar rápido si una sequía lo suficientemente caliente dura demasiado.
El cambio climático ha desencadenado calor y sequías que han matado hasta 20 % de los árboles del Sáhel africano, en Marruecos suroccidental, y en el oeste de Estados Unidos desde 1945, según el reporte más reciente del IPCC. Cinco de ocho de las especies más abundantes de árboles en el oeste estadounidense han mermado de manera significativa desde 2000 debido sobre todo al fuego y las plagas. El pino contorto encabeza la lista.
“Los bosques son mucho más vulnerables al cambio climático de lo que la gente piensa”, previene Craig Allen, ecólogo del paisaje del Servicio Geológico de Estados Unidos. Desde hace dos décadas advierte a las personas de este peligro.
Miles de hectáreas convertidas en humo
Turner es risueña, cabello rubio oscuro con un corte bob y, a sus 62 años, tiene la capacidad de una universitaria para mantenerse animada y trabajar sin parar. Pasé varios días con ella el verano anterior en el John D. Rockefeller Jr. Memorial Parkway, una parcela de artemisas y pinos m-as grande que Manhattan, la cual une los parques nacionales de Yellowstone y Grand Teton.
En 1988, Turner y el ecólogo Bill Romme examinaron la tierra virgen del parque desde un helicóptero para evaluar las repercusiones de la peor temporada de incendios forestales de la reserva en un siglo. Un tercio de Yellowstone –321 mil 270 hectáreas– se había convertido en humo en solo unos meses. Turner temía que nunca se recuperaría. Sin embargo, durante ese vuelo, empezó a creer en lo que Romme había planteado poco antes: esto es lo que se supone que haga Yellowstone.
El territorio del pino contorto
Muchas personas asumieron que los incendios aumentaron en Yellowstone porque, más de un siglo atrás, los bomberos empezaron a combatirlos; al hacerlo, permitieron que hubiera un exceso de árboles en los bosques que sirvieron como iniciadores de fuego. Esto es cierto en partes del oeste estadounidense. Sin embargo, Romme descubrió que Yellowstone ha tenido siniestros severos durante ciclos largos.
“NO HA HABIDO MUCHOS INCENDIOS, NI SIQUIERA EN LA ÉPOCA ANTES DE LA SUPRESIÓN DE ESTOS, «ME COMPARTIÓ UNA MAÑANA EN EL PARQUE. «DE VERDAD QUE FUE UNA SORPRESA”.
Yellowstone es el territorio del pino contorto. Sus gruesos y finos troncos representan 80 % de los árboles del parque. Algunos son serotinosos, es decir, que sus conos dependen del fuego para liberar sus semillas. Romme ha demostrado que estos bosques han sufrido deflagraciones monstruosas en los siglos XVIII y XIX.
Tales siniestros no fueron comunes porque el parque estaba “demasiado húmedo y frío”, señala. Pero cada 100 a 300 años, en un verano excepcionalmente caluroso y seco, zonas amplias se encenderán en una gran conflagración, lo que permite que los bosques renazcan.
Turner se percató de que los bosques eran resilientes. Tomaría tiempo para aceptar cómo podría cambiar esto.
Los pinos dulces teñidos de naranja
En 2002 hubo una advertencia durante la peor sequía del suroeste estadounidense en cinco décadas. Semanas antes de conocer a Turner, trepé a un terraplén polvoso cerca del Monumento Nacional de Bandelier, en Nuevo México. A mi lado, Craig Allen y Nate McDowell, un científico de la Tierra, examinaban una fotografía que había tomado Allen en 2002. Mostraba una densa multitud de pinos dulces que tenían sus agujas teñidas de naranja: estaban muriendo.
Allen movió el brazo hacia una meseta cercana. Ha estudiado arboladas en esta pequeña zona de bosques áridos cerca de la sierra de Jémez desde los años ochenta. En la actualidad, los pinos adultos de esta fotografía ya no existen. Lo que quedó es tierra agrietada, los resistentes juníperos y uno que otro retoño.
Una sequía en los años cincuenta produjo menos lluvia. Sin embargo, entre 2002 y 2004, el impacto a los árboles fue mayor: en algunas zonas más de 90 % se perdió, la mayor parte a causa de una plaga de escarabajos escolitinos, un depredador natural que se esparció como nunca. En total, a lo largo de todo el suroeste estadounidense, murieron unos 350 millones de pinos dulces, el árbol que representa al estado de Nuevo México. Los incendios sin precedentes aniquilaron decenas de miles de hectáreas de pino ponderosa.
¿Cómo afectan las emisiones de efecto invernadero a los bosques?
Allen estaba sorprendido por la severidad, pero poco a poco McDowell, sus colegas y él lo comprendieron: esta sequía fue más caliente. El ligero incremento de la temperatura, que puede ser atribuido a las emisiones de gases invernadero, fue suficiente para que comenzaran a morir los árboles de Nuevo México.
Con su trabajo y el de muchos otros, lo que le ha quedado más claro a Allen es que los árboles de todo el mundo son vulnerables al aumento del calor. La atmósfera más cálida absorbe más humedad de las plantas y el suelo. Para frenar esa pérdida durante las sequías, los árboles cierran los poros de sus hojas, llamados estomas, o mudan estas por completo. Pero eso limita el CO2 que pueden absorber, lo que los deja hambrientos y secos. Cuando el clima es muy caliente, incluso gotean parte del agua que tanto intentan retener.
Cuando el suelo se encuentra lo suficientemente seco, los árboles ya no pueden mantener la presión en los conductos internos que llevan el agua a sus hojas. Las burbujas de aire interrumpen el flujo, lo que ocasiona émbolos letales. Algunos árboles se protegen al desarrollar raíces más profundas o almacenar más agua, por ejemplo, pero esas adaptaciones se producen a costa de crecer más alto para competir con otros árboles por la luz y el espacio.
Eventos de muerte masiva
La conclusión a la que llegaron los científicos, apenas la década pasada, es que muchos árboles en la mayoría de los bosques, desde el cálido y lluvioso Amazonas hasta Alberta, fría y seca, operan al límite de sus sistemas hidráulicos, con muy poco margen de error, incluso bajo condiciones normales. Eso significa que una sequía cálida los puede empujar más allá de su umbral.
La de 2002 en el suroeste estadounidense hizo justo esto: los anillos de los árboles mostrarían más tarde que fue el año más seco y el peor para su crecimiento en el último milenio. Ningún otro año siquiera estuvo cerca.
TODO ESTO DESPERTÓ EN ALLEN LO QUE AHORA VE COMO UNA GRAVE AMENAZA GLOBAL. “AL OBSERVAR LA TRANSFORMACIÓN DE ESTE PAISAJE QUE HE ESTUDIADO TODA MI VIDA ADULTA… EL CAMBIO CLIMÁTICO DEJÓ DE SER UNA TEORÍA”, ME ESPETÓ.
Empezó a seguir los eventos de muerte masiva en otros sitios. Durante las próximas dos décadas, el calor y la sequía matarán miles de millones de árboles, ya sea de forma directa o indirecta. En España, Corea del Sur, por toda Australia. En Siberia central, Rusia perdió 800 mil hectáreas de abetos siberianos.
El creciente calor ayuda a que las plagas mortales del bosque se esparzan y debiliten la vegetación; de la misma manera, permite que los escarabajos y las polillas sobrevivan durante el invierno o se reproduzcan más. Este tipo de infestaciones acabaron con los árboles en Honduras, Turquía y Argelia. En Europa central llegaron como una nueva plaga.
Plagas más mortíferas y agresivas
Un día frío de otoño pasado subí con dificultad 227 escalones dentro de una antigua estación de vigilancia de la Guerra Fría, en un pico de 1 mil 315 metros a las afueras de Prášily, un poblado checo cerca de la frontera con Alemania. Jadeante, les seguía el paso a Petr Kahuda, guardabosques del Parque Nacional Šumava, y a Zdeněk Patočka, científico forestal de la Universidad Mendel. Hasta arriba, un balcón circular tiene vistas hacia los bosques. En la actualidad, grandes secciones de sus árboles mueren víctimas del ataque de los escarabajos descortezadores.
En 2018, Europa central experimentó su peor sequía en cinco siglos. Las temperaturas en verano llegaron a 3.3 °C por encima del promedio. La mortalidad arbórea se disparó y los sobrevivientes debilitados atrajeron a los escarabajos. El peor golpe lo recibióRepública Checa. Los leñadores se apresuraron a salvar lo que pudieron.
Europa Central: desierta de bosques nativos
De 2018 a 2020 murieron 300 mil hectáreas de bosque en Alemania. Nadie sabe cómo responder. La historia agravó la crisis: casi no queda ningún bosque nativo en Europa central. Los seres humanos hemos transformado por completo el paisaje. Muchos bosques, que en un inicio eran dominados por hayas y robles, fueron replantados con piceas de Noruega y pinos.
Aunque las piceas crecen naturalmente en elevaciones más altas y frías, los científicos forestales también las plantaron más abajo. Ahí prosperaron durante 70 años. Después, “el cambio climático transformó este hábitat que alguna vez fue óptimo en inadecuado”, afirma Henrik Hartmann, un experto forestal.
Fuera de control
Por un tiempo, Turner mantuvo su fe en el ciclo de fuego y renacimiento de Yellowstone. Uno de sus colegas presentó mapas que sugerían que, en las próximas décadas, Yellowstone podría ver temporadas de incendios como la de 1988 casi cada verano. Ese año “ya no será extraordinario y los años excepcionales se saldrían de control”, recuerda Turner.
Al principio no lo creyó. Desde hace milenios los incendios monstruosos de Yellowstone queman de manera errática en diferentes intensidades, arrasan algunos puntos y se saltan otros. El mosaico permitía que los animales y árboles recolonizaran con facilidad. Pero, ¿y si el sistema ya no funciona así?
Sin renacer de las cenizas
Turner comenzó a investigar. Descubrió que los retoños de pino crecían poco en las temporadas secas y cálidas. Le habían enseñado que los contortos jóvenes eran demasiado verdes para quemarse, pero descubrió que formaban parte de incendios explosivos. Observó que zonas del parque que se habían quemado en 1988 se volvieron a incendiar. También pudo observar cómo el fuego se esparcía antes de que los árboles jóvenes produjeran conos con semillas maduras. Algunos incendios fueron tan grandes y calientes que no sobrevivió ninguna semilla de árbol para replantar el bosque.
En cinco sitios alrededor de Grand Teton y Yellowstone, Turner encontró bosques que regresaban en forma rala o no habían vuelto. El cambio climático remodelaba algunos de los escenarios más famosos. Al simular un futuro en el que no reduzcamos las emisiones, pudo darse una idea de cómo sus hijos podrían ver algunos de sus lugares favoritos: los bosques de pinos se podrían convertir en praderas.
Cuando ‘el sitio más resiliente del mundo’ se debilita
Turner creía que Yellowstone era “el sitio más resiliente del mundo”. En la actualidad, su investigación muestra que sus bosques cambian a un nuevo estado. Otros científicos llegan a las mismas conclusiones en otros lugares. Camille Ste- vens-Rumann, ecóloga forestal de la Universidad Estatal de Colorado, examinó 1 mil 485 sitios de 52 incendios en Colorado, Idaho, Montana y Washington.
EL NÚMERO DE PUNTOS INCENDIADOS QUE NO SE RECUPERARON CRECIÓ DE 19 % ANTES DE 2000 A 32 % EN LOS AÑOS POSTERIORES. “Y CUANDO DIGO ‘NO SE RECUPERARON’ SIGNIFICA QUE NI UN SOLO ÁRBOL LO HIZO, ¡NINGUNO!”, ADVIERTE.
Hace no mucho, el Servicio Forestal de Estados Unidos solo plantaba, por lo general, árboles luego de que los bosques habían sido talados. En la actualidad, “más de 80 % de nuestras necesidades de reforestación son ocasionadas por siniestros catastróficos”, reconoce David Lytle, director para el manejo de bosques y pastizales de la agencia.
Más de la mitad de las más de un millón de hectáreas quemadas en fechas recientes en 154 bosques nacionales no volverán a crecer sin resiembra. Incluso así, en decenas de miles de hectáreas, las semillas pueden nunca echar raíz, lamenta Lytle.
7 mil hectáreas de manglares perecieron de sed
Sin embargo, alrededor del planeta está en juego mucho más que solo estiajes e incendios. Luego de que el calor y la sequía extremos debilitaran los manglares a lo largo de cientos de kilómetros en la costa norte de Australia, un evento del fenómeno de El Niño entre 2015 y 2016, con probabilidad agravado por el cambio climático, causó una disminución temporal en el nivel del mar en la región.
Más de 7 mil hectáreas de manglares perecieron de sed. Al sureste de Brasil, el mismo evento de El Niño disminuyó el nivel de precipitaciones y puso bajo presión los manglares a lo largo del río Piraquê-Mirím. Después, un día de junio de 2016, por primera vez en la historia cayó granizo del tamaño de ciruelas en este paisaje cálido, mientras que las ráfagas de vientos de 100 kilómetros por hora arrancaban el follaje de los árboles y lanzaban los troncos por una zona de 500 hectáreas.
Cinco años después, visité el lugar acompañado de Angelo Bernardino, oceanógrafo de la Universidad Federal de Espírito Santo. Desde una lancha en el río, observamos que el suelo alrededor de los árboles muertos se deslizaba hacia el agua, lo que aseguraba que muy pocos manglares volverían a brotar en este lugar.
Más hojas que habitantes en China
Si existe alguna especie que pudiera soportar los cambios climáticos, se podría imaginar que son las secuoyas gigantes; muchas de ellas han estado ahí desde el reinado de Julio César. Sin embargo, el cambio ha sucedido con una rapidez aterradora.
En 2012, el artículo de portada en la edición de diciembre de National Geographic se refería a un espécimen impresionante en el Parque Nacional de las Secuoyas. Con 75 metros de altura, casi la mitad que la del monumento a Washington, se calcula que el Presidente, como se bautizó a este mastodonte, era un retoño cuando la población del mundo era menor a la actual de Francia. Tenía más hojas que habitantes en China.
La extraordinaria resiliencia de las secuoyas
Nuestro artículo hablaba de la extraordinaria resiliencia de las secuoyas: la forma en la que, se supone, los taninos las hacían inmunes a los escarabajos devoradores de madera y cómo su corteza gruesa era casi por completo resistente al fuego.
El verano pasado, menos de una década después, me senté en la copa de una secuoya cercana y observé desde allí al Presidente. Las piernas me dolían de subir 60 metros por una cuerda para unirme al ecólogo forestal Anthony Ambrose. Vine porque otros científicos y él se encontraban desconcertados.
En 2014, dos veranos después de que se publicó el artículo, las secuoyas comenzaron a perder agujas, un paso serio para frenar la demanda de agua durante una sequía horrenda. Después, los científicos notaron que 33 árboles sucumbieron ante el ataque mortal de los escarabajos.
Antes de eso, las secuoyas eran consideradas “fenómenos” en el mundo de las coníferas porque “nunca nadie había visto morir una a causa de los insectos”, me contó Nate Stephenson el día anterior a que conociera a Ambrose. Stephenson sabe bien lo que dice después de estudiar a estos monarcas por más de 40 años.
Después de la caída de las agujas
En 2015, poco después de la caída de las agujas y la llegada de los insectos, Stephenson se reunió con Christy Brigham, quien recién había tomado el cargo de jefa de recursos del parque. “¿Qué tan malo es?”, preguntó. Stephenson no vio ninguna razón para alarmarse.
Las amenazas a las secuoyas por sequías e incendios habían sido pronosticadas por los modelos climáticos, pero la mayoría no esperaba ver daños significativos en décadas. Los parques nacionales de las Secuoyas y Cañón de los Reyes fueron pioneros en establecer incendios controlados para eliminar maleza y troncos del sotobosque, y así evitar incendios forestales. Brighman tomó la decisión de llevar a cabo más incendios controlados dentro de los parques.
Contrató a Ambrose y a la ecóloga forestal Wendy Baxter para monitorear cómo estaban manejando las secuoyas el estrés hídrico.
Ambrose ha observado cómo ralentizan su maquinaria fotosintética en épocas de sequía. Los árboles que son capaces de consumir 3mil litros de agua al día no sobrevivirían miles de años si no supieran cómo “ajustarse”, afirma. Pero, para 2021, Ambrose se preguntaba cuánto más podrán aguantar estos árboles.
Las secuoyas necesitan incendios someros de baja intensidad para liberar las semillas de sus conos y limpiar el suelo, para que estas puedan echar raíces. Sus ramas altas las hacen poco susceptibles a los incendios en el dosel. Pero en 2020, nuestra historia de supresión de incendios colisionó con un clima cambiante. La misma sequía que le costó el follaje a las secuoyas había matado decenas de millones de árboles en los densos bosques cercanos. Ahí es donde comenzó el incendio de El Castillo, en 2020.
Llamas en las alturas
De pronto, saltó las crestas y llegó a las secuoyas. Las flamas altas alcanzaron sus copas. Las brasas explotaron. Las ramas altas colapsaron y dejaron caer los conos de semillas en las flamas, con lo que se perdieron las futuras generaciones.
EN UNA ARBOLADA, BRIGHMAN CASI NO ENCONTRÓ SEMILLAS. “SOLO HABÍA CENIZAS EN EL SUELO. NUNCA HABÍAMOS VISTO ESTO. ¡NUNCA!”. HASTA 14 % DE LAS GRANDES SECUOYAS DE LA SIERRA NEVADA, SU HÁBITAT NATURAL, MURIERON O QUEDARON HERIDAS DE MUERTE.
Meses después de mi reunión con Ambrose, volvió a suceder. Los incendios de septiembre del año pasado calcinaron la corteza de las secuoyas y lanzaron una lluvia de agujas en un rango de kilómetros. Los árboles de estudio de Ambrose perdieron agua 24 horas al día.
Los incendios de 2021 reclamaron la vida de otro tres a 5 % de secuoyas gigantes. Hasta 19 % de estos árboles se ha perdido en apenas dos años.
Las víctimas del humo de los incendios forestales
Existen otras consecuencias para las personas y la vida silvestre. El humo de los incendios forestales contamina cada vez más el aire de las grandes ciudades alrededor del mundo. Los mega-incendios de 2020 en Australia mataron a 33 personas y miles de millones de animales, entre ellos 60 000 koalas.
Perder bosques también libera carbono, lo que amplifica la amenaza climática. El futuro respecto a este tema es incierto, pero inquietante. En la actualidad, en los bosques boreales de América del Norte, desde Alaska hasta Terranova, los incendios masivos liberan cantidades impresionantes de carbono, no solo de los mismos árbolesles sino también de los húmedos suelos de turba en los que crecen.
Jennifer Baltzer, ecóloga forestal de la Universidad Wilfrid Laurier en Ontario, descubrió que, en muchas zonas quemadas, la picea negra –especie dominante– ha sido reemplazada con otras especies como el álamo temblón, que en principio podría absorber más carbono que las piceas a largo plazo y ser más resistente al fuego. Sin embargo, los suelos son los que retienen la mayoría del carbono en la región boreal y, por el momento, parecen ser muy vulnerables.
Mientras tanto, en los bosques boreales de Siberia, el incremento de los incendios amenaza con liberar enormes reservas de carbono ancestral del permafrost. Esas conflagraciones convierten algunos de los bosques en zonas de matorrales o pastizales que almacenan menos carbono, asegura Heather Alexander, ecóloga de la Universidad Auburn en Alabama.
El color de los bosques
Sin embargo, el cambio de color del paisaje a tonos más luminosos también tiene un efecto refrigerante debido a que refleja más luz solar que los bosques más oscuros, en particular cuando está cubierto de nieve invernal. En el tema del clima, la conclusión es, según Alexander, “incierta”.
El bosque lluvioso del Amazonas muestra un panorama mucho más claro y urgente: produce la mayor parte de su lluvia y recicla el vapor de agua una y otra vez. Durante el mandato del presidente Jair Bolsonaro, la deforestación para la ganadería y las plantaciones de soya se aceleró una vez más; por ello, el cambio climático apresuraría la llegada de un punto de inflexión peligroso.
Las extenuantes sequías de 2005, 2010 y 2015-2016 mataron miles de millones de árboles y ayudaron a que se esparcieran incendios que acabaron con más. Cuando un bosque es talado, quemado o secado se reducen las precipitaciones en un círculo vicioso. Algunos científicos temen que ese círculo vicioso sea una amenaza que lleve al bosque lluvioso más grande del mundo a una transición acelerada hacia un paisaje de sabana.
CADA REGIÓN ENFRENTA SUS PROPIOS DESAFÍOS, PERO LA AMENAZA A LOS BOSQUES ES GENERALIZADA Y GLOBAL. “SIMPLEMENTE HAY UNA SEÑAL DE ALARMA TRAS OTRA DE QUE ESTOS ECOSISTEMAS BOSCOSOS ESTÁN SIENDO LLEVADOS AL LÍMITE”, ADVIERTE BALTZER.
A pesar de todo, los gobiernos, desde Japón hasta Reino Unido, han establecido complejos sistemas de comercio que permiten que las empresas compensen sus emisiones de combustibles fósiles al proteger los bosques en lugar de reducirlas de sus chimeneas. A menudo, estos esquemas no contemplan de manera adecuada la posibilidad de que los bosques podrían no ser protegibles.
El terror a los veranos venideros
Nadie sabe lo que éste o el próximo verano traerán, pero es momento de que aceptemos nuestra nueva realidad. Por su velocidad, ya no podemos anticipar los cambios en algunos bosques. El planeta no dejará de calentarse hasta que detengamos por completo las emisiones de combustibles fósiles, y eso nos tomará décadas. Algunos cambios pueden ser drásticos.
Pero podemos evitar que las cosas empeoren. Para empezar, debemos detener la destrucción de los bosques nativos, en especial los tropicales, boreales y templados primarios. Los beneficios que producen son irremplazables. Y muchos todavía están sanos… por ahora.
Por ejemplo, hemos deforestado menos el bosque lluvioso del Congo, el segundo más grande del mundo, que los bosques tropicales de Asia o Sudamérica. Este ecosistema tiene menos precipitación, pero el Congo ha evitado la mortalidad masiva de árboles. Incluso en Brasil y el sureste asiático, millones de kilómetros cuadrados de bosques prístinos permanecen intactos.
“NECESITAMOS PROTEGER LOS BOSQUES QUE TENEMOS», ADVIERTE ROBIN CHAZDON, EXPERTO EN RESTAURACIÓN. «ESE ES EL PRIMER PASO”.
También necesitamos manejar mejor los bosques, en especial con el fuego. En los meses más fríos y secos en la Tierra de Arnhem, en Australia, los guardabosques nativos provocan incendios a ras de suelo en los pastos altos. Hasta ahora, esto ha reducido de manera dramática los incendios forestales explosivos al final del verano.
Unas líneas de ceniza blanca
Con todo, no es suficiente. También necesitamos restaurar los bosques dañados, en especial en las regiones ecuatoriales, donde las especies nativas pueden regresar con rapidez, aunque en otros puntos también es importante hacerlo.
Y claro, necesitamos acabar muy rápido con nuestra adicción a los combustibles fósiles.
En mi último día en Yellowstone con Turner, visitamos las zonas quemadas de otro incendio en 2016. Este arrasó con una meseta arriba del río Madison que también se incendió en 1988. Las llamas más recientes afectaron de tal manera el paisaje que incluso incineró los troncos y, en su lugar, solo dejó unas líneas de ceniza blanca que se extendían como sombras a lo largo del suelo ennegrecido. Turner los llamó “troncos fantasma”. En 30 años de deambular por las cicatrices de los incendios, nunca había visto un terreno tan golpeado por el fuego.
¿En verdad queremos mucho más de esto?
Esta primavera se cumplen 150 años de que el presidente Ulysses S. Grant promulgara la ley que creó Yellowstone, el primer parque nacional de Estados Unidos y el mundo. Turner pronostica que, si las temperaturas globales aumentaran 4 °C de los valores preindustriales, las piceas de las regiones altas y los abetos subalpinos podrían des- aparecer. Para 2100, el territorio boscoso podría disminuir a la mitad. La densidad de lo que restara tendría una disminución mayor.
Este escenario está muy lejos de ser inevitable. Si las naciones del mundo cumplen las promesas que han hecho, el planeta se calentará menos de 3 °C. Estabilizar las emisiones más cerca de dos grados o menos podría limitar a 15 % la pérdida de bosques en Yellowstone. Los árboles de altas elevaciones todavía sufrirían y habría más abetos de Douglas y álamos temblones. Pero, a pesar de todo, algunos bosques primarios persistirían. Los bosques de Yellowstone, como muchos otros más en el mundo, nunca serán los mismos; pero podrían ser similares.
Este artículo es de la autoría de Craig Welch/ngenespanol